El grito de un desaparecido

Susana esperaba en un banco del cementerio, muy cerca de la entrada. Había llegado temprano y fue inevitable ver a personas que ingresaban o salían con la tristeza del alma reflejada en los ojos. Allí, sola, su mente divagó hacia su querido pueblo, al día en que irrumpieron unos marinos en su pequeña casa, allá por el año 1992:

«—¡Por favor, papito, no me mates!, ¡por favorcito, te lo ruego! —Fue la súplica al militar que abrió la puerta de un puntapié. Se arrodilló y cogió las piernas de este en un abrazo desesperado. Sus ojos, como tormentas, imploraron sosiego, mientras otros uniformados entraban con las armas en mano, escudriñando la casa.

—¡Suéltame, mujer!, no hemos venido para eso.

—¡Estamos solas! A nuestros esposos ya se los llevaron —balbució Susana.

Aparecieron dos mujeres más, estaban escondidas en la cocina, temerosas cubrían a sus hijas con los brazos. Los militares, con las narices abiertas de furia, se alejaron».

Su cuerpo tembló, un frío helado recorrió su espalda y sintió que el corazón se le encogía hasta dolerle. Recordó que días antes de ese episodio, su esposo había sido llevado a rastras por militares para interrogarlo. El miedo se convirtió en su compañero constante mientras esperaba su retorno, el que nunca se dio. No hubo explicaciones ni desagravios. Nada.

Días después, la angustia se apoderó de ella y casi sin pensarlo, cargó a sus dos hijas y huyó hacia Lima. Allí, familias de desaparecidos marchaban por las calles pidiendo justicia; se unió a estas. Pronto se dio cuenta que su aguerrida voz retumbaba contracorriente: ¿Cómo pedir justicia a aquellos que cometían injusticias? ¿Cómo señalar a los uniformados si estos habían sido enviados para proteger y dar seguridad a los pueblos de los Andes? Su marido, entonces, se sumó a la lista de desaparecidos: uno, de los quince mil.

Sintió el frío de la tarde siempre gris de Lima. Esperaba con ansias a aquellas mujeres cuyos esposos e hijos seguían desaparecidos y a otras, cuyos parientes estaban enterrados en el cementerio, pues los cuerpos habían sido hallados gracias al soplo de algunos militares a la prensa. Los culpables tenían rostro militar y del gobierno. Y ya identificados, estaban siendo juzgados.

Llegó María, la esposa de Justo, para sacarla del marasmo de sus recuerdos.

—Tengo buenas noticias, en estos momentos se está realizando una inspección judicial en el Cuartel General del Ejército o Pentagonito, como lo llaman. pentagonito-Noticia-731692

—¿No será una más de las tantas inspecciones que no llegarán a nada?

—No, esta vez van en busca de pruebas. Tú sabes que, desde el 2002, tienen los archivos de civiles que entraban en las cárceles del Pentagonito. Allí, los torturaban; algunos lograban salir, pero otros, no.

—Precisamente estaba recordando que han pasado doce años de la desaparición de mi esposo y aún no hay forma de castigar a los responsables.

Se quedaron pensativas, habían envejecido esperando, pero la sed de justicia estaba intacta.

—¿Por qué demoran tanto? ¿Será por la hora peruana? ¿Una hora después de la cita?

Efectivamente, una hora después, aparecieron. Venían Rosa y otras mujeres, blandiendo sonrisas.

—Nos demoramos, pues estábamos a la espera de noticias.

—¿Y? —Sus ojos se llenaron de preguntas—. ¿Qué pasó?

—Inspeccionaron el horno del Servicio de Inteligencia del Ejército, ese que los militares argumentaban que solo quemaban papeles.

—¿Un horno de mil grados centígrados para quemar papeles? ¡A otro perro con ese hueso!

—Exacto. ¿Querían noticias? Aquí las tenemos: ¡Encontraron una falange! —dijeron a coro.

—¿Qué?

—¡Una falange!, dicen que es la del dedo índice de la mano. Estaba en el horno, entre las cenizas. Los peritos lo constataron.

—¿Están seguras?

—Sí, lo dijeron hasta por televisión.

El júbilo se desató en el cementerio. Cogidas de las manos, alzaban los pies y los hacían caer de un lugar a otro desordenados, mientras que, aparecían amplias sonrisas en sus caras mustias. La esperanza las unió en un solo pensamiento: «Habrá justicia».

—¡Vamos a rezar por los muertos que descansan en esta morada! —dijo Rosa—. Ya sabremos a quién pertenece la falange.

Doce años más tuvieron que esperar para que llegara la justicia. El cuerpo del esposo de Susana, como muchos otros, nunca fue hallado. Tampoco se supo la identidad del dueño de la falange. Pero, el hecho de que los responsables terminaran en la cárcel, era ya, una victoria.

7 comentarios en “El grito de un desaparecido

  1. Seguiran pasando los años y el dolor ha de estar presente en los miles de personas que vivieron esa epoca tan nefasta, Que no diferencia a los terroristas de los militares enfermos, todos mal os. En cualquier circunstancia nos piden perdonar y olvidar Y hay much as palabras Bonitas sobre la reconciliacion y La paz
    Yo creo que a quien le arrebataron injustamente algo querido no es posible las cicatrices se hacen queloides y duelen y cuandol tiempo te ayuda un poquito a resignarte, todo vuelve.
    Soy de Lima, pero esos recuerdo me afectan. Me pongo en los zapatos de las victimas.

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  2. Gracias por tu comentario. Tus palabras me hicieron dar cuenta que saqué de mi relato unos párrafos de lo que tú comentas y creo que eran muy importantes:
    «El cuadro se multiplicaba en los Andes de Ayacucho desde que el gobierno había decidido emplear a las fuerzas militares en la lucha contra los subversivos de Sendero luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Algunos de estos militares no hacían distingo entre terroristas y moradores. Por ello, la población les temía por igual, si no eran los soldados, eran los terroristas que amenazaban sus vidas».
    Sí, en efecto, no se puede olvidar. No debemos olvidar.
    Es una cicatriz, una mancha que llevaremos siempre en la memoria que hará que nunca más se repitan historias como estas.
    Gracias Esther.

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    • Gracias a ti. Estos relatos se deben difundir en los colegios y universidades con la sutileza para que entiandan los Chico.NUNCA MA’S!!!!ELIMINEN AL MOVadef.

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  3. Intenso relato, ojala estas historias salieran a la luz, la verdad es q el ejercito hizo mas daño q SL o MRTA, el tema es q esto deberia salir a la luz y pedir perdon a todos las familias de los desaparecidos y el gobierno deberia aceptar su responsabilidad, el gobierno nos hundio en esta nefastA etapa y son ellos quienes deben asumir, las cosas no han cambiado mucho, los pueblos siguen olvidados y Lima sigue siendo el centro de todo, los derechos aqui en lima a veces son validos, en provincia es como sino existieran.

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    • Así es Pilar. Dada la información disponible, la Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyó que el total de muertos y desaparecidos causados por el conflicto armado interno peruano se estima en 69,280
      personas. Un 30 – 35% fueron provocadas por agentes del estado. Si pensamos que fueron enviados a proteger a la población. ¿De qué protección estamos hablando?
      Debemos cambiar, pero para que haya un cambio, debemos saber nuestra realidad pasada para nunca más repetirla. Gracias por tu comentario.

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  4. Felicitaciones muy clara y amena tu redacción pesar de ser un tema tan triste y complejo, sigue con tu nueva faceta de escritora, ya publicaras tu libro te deseo muchos éxitos. América

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